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He considerado siempre que muchos de los fracasos de las revistas en nuestro país se deben a que sus redactores quieren ocupar y cubrir las páginas con colaboraciones exclusivamente de su propia cosecha, lo cual sólo tiene cierto interés cuando la publicación es de las llamadas “de choque” o de “vanguardia”, ya sean de izquierda o de derecha. Letras de México —y ésta fue otra de mis inquietudes— tenía que ser, como lo fue, de centro, por considerarla más de servicio general, colectivo, que de experimentación creativa o de desplantes individualistas. […] La gaceta tuvo varios directores, pues en diversas ocasiones, con el fin de darle nuevo impulso y proporcionarle oportunidad a los valores nuevos que iban apareciendo, trataba yo de preparar sucesores y entrar en una especie de PRI literario, de un movimiento institucional en que no hubiera ya más jefes máximos. Desgraciadamente hubo sus caprichosos, sus alborotadores o sus innovadores, que despegaban de lo original y peculiar de la revista, y ello me obligaba a intervenir de nuevo, a plutearquear de continuo. Así, fueron sucesivamente directores, por días o por unas cuantas semanas, Menéndez Samará, Ortiz de Montellano, José Luis Martínez, Rafael Solana, Isaac Rojas Rosillo, Alí Chumacero y Ermilo Abrcu Gómez. Se acusó a Letras de México —y parece que aún hay gente que lo cree— de haber sido una revista aristocrática, de capilla, francesista, artepurista y una especie de epígono de Contemporáneos. Aunque tal acusación no fuera en sí ninguna deshonra, veamos algunas otras cifras y datos que, en mi opinión, son más que suficientes para desmentir el infundio. En los 132 números publicados paniciparon 353 colaboradores, de los cuales 242 fueron mexicanos, 47 españoles, 42 latinoamericanos, 8 de habla inglesa, 5 franceses y 9 de otras nacionalidades. ¡En más de diez años ininterrumpidos sólo cinco franceses! De poetas se incluyeron 129 nombres diversos, de los cuales 82 fueron mexicanos, 24 latinoamericanos, 15 españoles, 4 franceses, 3 de habla inglesa y1 alemán. Las artes plásticas tuvieron también su importancia. Así, encontramos que se incluyeron dibujos y otros trabajos de 38 artistas, siendo 21 mexicanos y 17 extranjeros, la mayoría de éllos españoles refugiados.
(Octavio G. Barreda, “Gladios, San-ev-ank, Letras deMéxico, El Hijo Pródigo”, Las revistas literarias de México)
He mencionado el Café París. Y el Café París es algo que no se puede pasar por alto en la vida literaria de México correspondiente a la década de 1930 a 1940. Porque la literatura de México se hizo en esa década en el Café París. […] Allí se reunían en una mesa presidida por Octavio Barreda, siempre alerta, siempre lleno de buen humor, siempre bromista y travieso, pero siempre eficaz y positivo, todos los colaboradores de Letras de México y de El Hijo Pródigo. En realidad allí se planeaban y se hacían esas revistas. Entre broma y chiste, entre el humo del café y de los cigarros, allí llegaban sucesiva y alternativamente con sus originales, Ermilo Abreu Gómez, Rodolfo Usigli —otros amigos cuya amistad no ha sido menos apreciada por mí a pesar de las diferencias que en ocasiones nos han distanciado—, José Luis Martínez, Octavio Paz, Joaquín Díez Canedo, Jorge González Durán, Alí Chumacero, Isaac Rojas Rosillo, Adolfo Menéndez Samará y muchísimos más a quienes quisiera no sólo nombrar, sino tener el tiempo suficiente para decir algo de ellos.
(Celestino Gorostiza, El trato con escritores)
Por eso nos produce risa cierta poesía para perder y hacer perder el tiempo, como la que sale en el tabloide Letras de México, contrastando con la utilidad de sus críticas, artículos sobre arte y fragmentos en prosa, o como la anchísima “democracia” del Taller Poético, que permite la entrada, ya no a simples aprendices de poesía —que al fin éstos ansían perfeccionarse— sino a sencillos aficionados del verso. De un aprendiz es posible que salga un calificado: de un aficionado no sale nada ¿Es justo poner al habilidoso Neftalí Beltrán —sólo tomado en serio por el Superfachista— junto al auténtico poeta Octavio Paz? No, cuatrocientas veces no.
(Efraín Huerta, “Las cosas turbias”, Aurora roja)
Fue Octavio Barreda, en estos años (cuarenta), uno de los hombres a quienes más debe la actividad literaria. Durante los diez años en que se publicó su gaceta Letras de México supo mantenerla como la expresión justa, comprensiva y animada de la literatura de entonces y,además, tuvo la generosidad excepcional en éste como en cualquiera otro ambiente, de ponerla siempre en manos de los escritores jóvenes que iban destacando. El Hijo Pródigo fue otra cosa, una revista de selección que se publicó el tiempo justo en que pudo mantenerse su norma de calidad. (José Luis Martínez, “El trato con escritores”, El trato con escritores)