El Hijo Pródigo ha tenido la virtud de causar una cierta inquietud en nuestros medios intelectuales. Cuando más real y honda fuera esta agitación mejor quedaría cumplido nuestro deseo: la misión del escritor tal vez no sea otra que la de despertar, la de inquietar las conciencias. No nos referimos, claro es, al escándalo, al griterío hacia fuera, sino al entrañable clamor que, milagrosamente, a veces levanta la palabra silenciosa…
(Editorial, El Hijo Pródigo 3)
He mencionado el Café París. Y el Café París es algo que no se puede pasar por alto en la vida literaria de México correspondiente a la década de 1930 a 1940. Porque la literatura de México se hizo en esa década en el Café París. […] Allí se reunían en una mesa presidida por Octavio Barreda, siempre alerta, siempre lleno de buen humor, siempre bromista y travieso, pero siempre eficaz y positivo, todos los colaboradores de Letras de México y de El Hijo Pródigo. En realidad allí se planeaban y se hacían esas revistas. Entre broma y chiste, entre el humo del café y de los cigarros, allí llegaban sucesiva y alternativamente con sus originales, Ermilo Abreu Gómez, Rodolfo Usigli —otros amigos cuya amistad no ha sido menos apreciada por mí a pesar de las diferencias que en ocasiones nos han distanciado—, José Luis Martínez, Octavio Paz, Joaquín Díez Canedo, Jorge González Durán, Alí Chumacero, Isaac Rojas Rosillo, Adolfo Menéndez Samará y muchísimos más a quienes quisiera no sólo nombrar, sino tener el tiempo suficiente para decir algo de ellos.
(Celestino Gorostiza, El trato con escritores)
[El poema de Efraín Huerta aparecido en el número 14] es bueno, mejor dicho, tiene versos, fragmentos; sigo creyendo que es un auténtico poeta ahogado por las palabras y la pereza. Me parece un acierto publicar poemas de Huerta –lo digo con toda sinceridad, a pesar de que Efraín me ha atacado con frecuencia.
(Octavio Paz, Carta a Octavio G. Barreda, citado por Guillermo Sheridan, Breve revistero mexicano)
La colaboración hispánica es desastrosa. El verbalismo, en filosofía y poesía, se vienen convirtiendo en una manera habitual de los modernos españoles para ocultar su vacío. ¿Leyó usted en Cuadernos Americanos los poemas de Jiménez, [León] Felipe, [Emilio] Prados, etc.? O esas personas no tienen ya nada que decir, porque nada les pasa, o substituyen sus experiencias por una retórica cada vez más externa. Escriben —incluso Juan Ramón— por fórmula. Es cierto que el verbalismo es un defecto —y a veces una virtud— de nuestra literatura, pero nunca la poesía había llegado a este grado de penuria intelectual y derroche palabrero. Es posible que los poetas mexicanos hayan llegado a la misma extinción, pero, por lo menos, cuando no tienen nada que decir se callan. No creo, como Xavier, que la esterilidad sea una virtud, pero sí es una actitud inteligente y honrada.