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Muchas veces sentí más restricciones en cuestión de publicación en la Revista Mexicana de Literatura que en la Revista de Bellas Artes. En la Mexicana de Literatura, si no le caías bien a Monsiváis o a Vicente Rojo, automáticamente estabas fuera. Me consta haber visto a Rojo vilipendiar a tal o cual escritor y ver que a este sin posibilidades de colaborar en esas páginas. En cuanto a Bellas Artes, me parece un gran mérito que José Luis Martínez, dueño de una habilidad notable para manejarse en las esferas del poder, haya dejado tanta libertad a Huberto.
(Jorge Ayala Blanco, entrevistado por Ana Ivonne Díaz Hernandez, Revista a la revista de Bellas Artes 1965-1970 una mirada a sus páginas y a los círculos del poder cultural de los sesenta (Tesis de licenciatura, UNAM), 2002.
La generosidad de [Huberto] Batis lo llevaba a realzar a sus discípulos ante aquellos amigos suyos que eran poetas o escritores con nombre y obra y algunas veces el encarecimiento lo llevaba a hacerles oír nuestras cosas. La mayoría de aquellos amigos escritores suyos tenían entonces alrededor de cuarenta años y pertenecían a aquella memorable generación de la Revista Mexicana de Literatura y de la Casa del Lago.
(Adolfo Castañón, “Runa Llena”, Los Universitarios, 47, mayo de 1993).
La revista [Mexicana de Literatura] era nuestra, la financiábamos nosotros y era una revista de grupo, muy legítimamente de grupo. En comparación con otras, aquí éramos amigos y gente afín intelectualmente. Teníamos una revista definida con lo que queríamos. Aunque no éramos hombres de partido, sí teníamos una conciencia política y simpatizábamos con la izquierda. A la distancia creo que fuimos bastante innovadores en ese tiempo […] participamos en una especie de liberación moral de la literatura.
(José de la Colina, entrevistado por Ana Ivonne Díaz Hernandez, Revista a la revista de Bellas Artes 1965-1970 una mirada a sus páginas y a los círculos del poder cultural de los sesenta (Tesis de licenciatura, UNAM), 2002).
Cuando, siendo director de la Revista Mexicana de Literatura, me llegó a las manos un ataque salvaje contra Octavio Paz, me negué a publicarlo.
—Entonces usted no cree en la libertad de crítica y de expresión— me dijo el autor. —En lo que creo es en la amistad —le contesté—. Y aquí no se publican ataques contra mis amigos.
(Carlos Fuentes, “Mi amigo Octavio Paz”, Reforma, 6 de mayo de 1998).
En 1967 todo nuestro grupo, o sea, los que hacíamos la Revista Mexicana de Literatura y trabajábamos en el Departamento de Difusión Cultural o por lo menos teníamos colaboraciones fijas en la Revista de la Universidad, renunciamos al entrar como director de Difusión Cultural Gastón García Cantú y despedir a Juan Vicente Melo de la Casa del Lago acusándolo malévolamente de costumbres poco recomendables. Entonces ante el hecho de no tener ningún dinero […] muchos nos refugiamos en lo que pomposamente se llamaba Departamento de Publicaciones y era parte de los preparativos para que nuestro glorioso país fuese sede de los Juegos Olímpicos. […] Ese Departamento de Publicaciones sólo sirvió para que de los dos mil 200 pesos con una compensación de otros 200 que recibía como sueldo en Difusión Cultural por la gozosa tarea de hacer la Revista de la Universidad, con un horario de once de la mañana a dos de la tarde más una tarde completa en la que Carlos Valdés y yo la “formábamos”, o sea, le dábamos su aspecto como revista en la Imprenta Universitaria, donde me llevaba muy bien con el cajista dedicado a ordenar los plomos con letras que salían de los linotipos y después se imprimirían en las prensas planas, pasara a ganar diez mil pesos con un horario de nueve a seis de la tarde con tiempo para salir a comer.
(Juan García Ponce, “Cómo escribí El gato” Milenio Semanal)
Año de cincuenta y cinco treinta de agosto en la tarde de la imprentita de Arreola salió la revista padre El título lo pusieron durante diez y ocho meses no sabían cómo ponerle hasta que vino Jaime Mi querido Carlos Fuentes no te me vayas de lado no busques otras corrientes, busca la de los presentes Hay unos que no me cuadran, te voy a decir por qué cuando escriben sus cuartillas parecen perros que ladran Portilla se levantó fulgurantes sus anteojos “El loco de Carlos Fuentes anda metido en abrojos” Portilla tiene razón dijo Juan Rulfo quedito que se quede en un rincón haciéndose el difuntito. […] Los periodistas dijeron: “No hay que dejarlos hablar, cuando salga su revista la vamos a silenciar”. Carlos Fuentes muy catrín descubrió en una mañana que Revista Mexicana era un nombre de postín. Sin perder tiempo ni hora se puso a juntar centavos, reunió a todos en la bola a pesar de los amagos. Portilla ya se calmó y un ensayista escribió “Lo único que lamentamos es que Arreola se rajó”. Ya nimodo pajarito que te manden a volar ya llegó Carlitos Fuentes con sus hojas a pelear.
(Elena Garro, citada por Patricia Rosas Lopátegui, El asesinato de Elena Garro),
El aislacionismo mexicano no es sino una de las consecuencias de la orgía nacionalista a la que nos hemos entregado durante los últimos diez años. Un día lamentaremos estos años de egoísmo, recelo y engreimiento. De ahí, también, la importancia de la R. M. L.; desde aquí se puede apreciar mejor su verdadera —y saludable— significación.
(Octavio Paz, Carta a Carlos Fuentes, Nueva York, 28 de noviembre de 1956, Citado por Malva Flores, Estrella de dos puntas).
Por aquí anda Victoria Ocampo, The lion’s hunter. La presentamos con Donald Keene e inmediatamente le pidió que se encargara de prepararle un número sobre literatura moderna japonesa. Me dio un poco de rabia —la idea era mía, pero me pareció difícil (por razones económicas) que R. M. L. pudiera encargarse del proyecto. […] Victoria se queja amargamente del poco caso que le hacen en Europa y los USA a los escritores de lengua española… sin embargo, ignora la existencia de R. M. L.
(Octavio Paz, Carta a Carlos Fuentes, Nueva York, 27 de diciembre de 1956. Citado por Malva Flores, Estrella de dos puntas).
Cuando vino Octavio a México, reunió a los jóvenes más conspicuos para planear una revista. Nos reuníamos en un café, pero fue tal, esa vez sí, el desdén que me mostraron, que dejé de ir, fundaron la revista y yo no estaba. Algún tiempo después tuve una conversación con Carlos Fuentes en la oficina de Ramón Xirau y me pidió una colaboración. Escribí un artículo sobre El arco y la lira, y Octavio Paz que estaba en la India me escribe una carta elogiando el artículo, a partir de ahí me levantaron el castigo. Como Octavio escribió una carta elogiando el artículo, supongo que adquirí cierto prestigio a los ojos de Carlos, pero lo que me dijo es que él no podía ocuparse de la revista y que necesitaba ayuda material, de trabajo, así fue. Siempre me ha pasado un poco eso, entro por el lado del trabajo, de lo artesanal, y al mismo tiempo ya estoy dentro.