
Este ensayo —publicado con autorización del autor—, apareció previamente en Violetas. Periódico literario (Veracruz, 1869). Edición facsimilar / Edición, estudio introductorio e índices de Ángel José Fernández. Xalapa, Instituto Veracruzano de Cultura, 2008.
El semanario Violetas apareció en la ciudad de Veracruz “en el estío” de 1869; había tenido como antecedente La Guirnalda. Periódico de Literatura y Variedades, cuyo primer número había sido impreso también en el puerto –el 2 de agosto del año anterior–, en los talleres de El Progreso, entonces propiedad de Rafael María Ruperto de Zayas Ochoa, padre de Rafael de Zayas Enríquez. Éste explicaba, en julio de 1869: “Henos por fin, ante vosotras, bellas lectoras, gozosos por una parte y algo tristes por otra, pues en vez de presentarnos en la primavera, como habíamos prometido, aparecemos en el estío. Henos aquí trayendo en nuestro cestillo estas pobres Violetas, resto de aquella Guirnalda que acostumbrábamos ofreceros todos los domingos y que acogíais tan bondadosamente. ¿Seréis tan amables hoy como entonces?”1
El propósito de cada uno de estos impresos periódicos era muy específico, y aunque todos resultaron inaugurales respecto de su especificidad dentro de la fundación de nuestras letras, compartieron objetivos de fondo, como la necesidad de dotar de educación al pueblo, ofrecer entretenimiento a los jóvenes –y, en particular, a las señoritas–, así como el propósito superior de formular y proponer un imaginario cultural que brindara identidad al grueso de la población y fijara en las capas sociales los rasgos profundos de la idiosincrasia mexicana.
El Veracruzano, en su primera época –según su “Prospecto”–, declaraba que la práctica de la literatura significaba la perfección de la sociedad; allí se hallaba purificado –de acuerdo con la aspiración de sus redactores–, el bagaje del conocimiento, en tanto que “crisol de la razón”. La literatura, asimismo, era “fiel intérprete de la sociedad” y por esto debía tornarse en vehículo, en portavoz esencial del aprendizaje. La postura de este periódico parecía ser el reflejo de un movimiento autonómico, el de la independencia de criterio, una vez conseguida la emancipación política y superada la opresión de la etapa colonial. El Veracruzano proclamó, por tanto, “la independencia de las ideas” y la “libertad del pensamiento, para penetrar en el santuario del pasado”. Y se adjudicó también la tarea de difundir la literatura romántica, que era “la expresión de la sociedad actual y el carácter del siglo”. Díaz Mirón y Esteva proponían que el poeta fuera el guía de los mexicanos en el camino hacia la madurez, no el político ni el ideólogo en turno. Así, con esta labor de los poetas y el despliegue de su creación artística, el país podría alcanzar la tan añorada civilización y la expresión literaria. Esta expresión construiría un modelo y lo reproduciría como un paradigma frente a las literaturas de Europa. Todo este proceso autónomo debía ocurrir, como necesario, tras la etapa colonial y luego de varios años de “guerras domésticas”. La intención de El Veracruzano sería luchar contra la ignorancia y el fanatismo de la religión que “tiranizaba la conciencia”. Y procuraría, asimismo, enaltecer sus principios éticos y la defensa de “los derechos del hombre libre”. Los redactores Díaz Mirón y Esteva, libres de todo interés “personal”, habrían de poner a disposición del público y de los escritores jóvenes el espacio de El Veracruzano, ya que ofrecieron dar cabida a colaboraciones que, además de que tuvieran calidad, no fueran ofensivas a la religión ni contuvieran “ninguna crítica contra nuestras cosas políticas”.2
Esta época de El Veracruzano circuló durante la segunda mitad del primer semestre de 1844. Se ignora el motivo de su suspensión, que debió ser súbita, quizá por quebranto económico o a causa de circunstancias políticas, ya que inclusive los redactores no tuvieron oportunidad de dar aviso al público de su suspensión y clausura. El Veracruzano publicó, además del “Prospecto”, seis números de 16 páginas, a partir de la segunda quincena de marzo de 1844 y hasta la primera de junio. Los principales colaboradores fueron, naturalmente, sus redactores, quienes publicaron avisos, artículos, poemas en prosa y verso, relatos e inclusive novelas (Díaz Mirón, la que tituló Magdalena, y Esteva la que nominó Elvira y Antoni). Destacaba, por otra parte, la sección “Observaciones meteorológicas” –firmada por F. O.–, y las colaboraciones del xalapeño José María Roa Bárcena, entonces un chamaco de sólo 17 años de edad.
Cartera Veracruzana, por su parte, evolucionó de «hoja suelta», que tal era su subtítulo, a Periódico Político y Literario, de acuerdo con el lema de su segunda etapa. La versión en volante contenía cuatro páginas impresas y esa segunda alcanzó las dieciséis por número3. La hoja volante era especie de suplemento que acompañaba a obras de mayor magnitud vendidas por pliegos; en la entrega décima segunda, fechada el 20 de noviembre de 1849, se daba este aviso: “Los tres números que mensualmente se entregan a los suscriptores contienen 12 pliegos de 8 páginas cada uno de poesías y novelas. La publicación comenzó en agosto y vale un peso cada mes para fuera o dentro de esta ciudad”. 4
Si atendemos al “Aviso” que se reprodujo en el ya antes citado quinto número de Cartera Veracruzana, la Imprenta del Comercio vendía por entregas –en 1850– las obras siguientes: Poesías de José María Esteva; Manual cronológico de D. J. M. de M., obra inédita; Poesías jocosas de autores españoles, recopiladas por el mencionado Esteva; Marquesa de Bellaflor, novela de Ayguals de Yzco, continuación de la titulada María hija del jornalero; Rafael de Lamartine y la novela nueva de Alejandro Dumas El collar de la reina. Dicho “Aviso” traía esta publicidad: “Los tomos de las anteriores obras serán encuadernados a la rústica, gratis, en esta ciudad, a donde deberán dirigirlos los suscriptores por su cuenta y riesgo”.5
La versión en hoja volante aparecía compaginada para poderse armar y encuadernarse por tomos, pero en forma independiente a los libros, que eran ofrecidos en pliegos sueltos. Contenía una sección de “recetas útiles” e insertaba noticias locales, nacionales y europeas, copiadas de periódicos extranjeros; publicaba poemas, comentarios, remitidos, el registro del movimiento marítimo del puerto, “Observaciones meteorológicas” –preparadas por el capitán José María Espino–, y boletines que recibía del Ayuntamiento, de tipo estadístico, práctico e informativo.
Destacan en las páginas de Cartera Veracruzana las colaboraciones literarias de Manuel Díaz Mirón y José María Esteva, quienes inclusive las firmaban, aunque no presumían de ser sus redactores. La mayor parte de artículos, notas, avisos, inserciones, copias, traducciones y remitidos, aparecieron sin firma responsable; sólo daba la cara Juan N. César, el encargado de la imprenta.
En las hojas volantes que aparecieron en 1850 sobresale un tema, por su importancia y frecuencia noticiosa: el avance de la epidemia del cólera sobre la costa veracruzana. Esta cobertura continuó, inclusive, en la versión de periódico. En la primicia, aparecería este suelto: “En los días 26 y 27 [de septiembre de 1850] hubo aún algunos casos de esta enfermedad, pero los facultativos han declarado que dichos casos son ya esporádicos y no epidémicos. Según se nos ha asegurado, hoy día primero [de octubre] deben levantarse las prohibiciones”.6
Finalmente, este proceso de hoja suelta como promoción de venta de obras literarias por entregas terminó por convertirse en periódico de política y literatura. La “nueva forma” de Cartera Veracruzana –o sea, el crecimiento de su contenido informativo y número de páginas– tuvo como propósito “hacer más variada su publicación”; pero continuaría con la realización de libros por pliegos y entregas. Otra novedad radicaría, más bien, en la inclusión de notas de carácter político, escritas por lo regular desde la perspectiva oficialista. En el aviso de su nueva época se informaba al público que el periódico constaría “de 16 páginas en cuarto de dos columnas de letra muy pequeña, y de un pliego de impresión con 8 páginas en cuarto de las Poesías de Esteva o del Manual cronológico, obras ambas originales”.7 Con base en este procedimiento mercadotécnico se hizo la edición en libro de Poesías de José María Esteva, quien en la dedicatoria a su amigo Manuel Díaz Mirón dejaba testimonio del tipo de proceso mercantil. Expresaba Esteva, en el pórtico de su libro: “Ahí tenéis mis versos, Manuel, introducidlos al público”. Y Díaz Mirón respondería: “Algunos de éstos me eran ya conocidos, porque, en efecto, más de una vez nos hemos encontrado en ese mundo ideal en que reposan el pensamiento del poeta y la fe de los corazones sensibles”.8
La crisis política y, sobre todo, su reflejo en la económica –además de la crisis que produjo la epidemia costeña de cólera–, pondrían fin a este segundo proyecto editorial de Díaz Mirón y Esteva. En el artículo “Momentos de crisis”, aparecido sin firma pero con trasfondo de contenido editorialista, se declaraba que la pobreza de Veracruz estaba, entonces, generalizada:
los giros todos están paralizados, completamente paralizados. En nuestro puerto apenas entra uno que otro buque, y dentro de pocos días tal vez no tendrán lugar ni aun esas mezquinas entradas, porque los almacenes de los comerciantes están llenos de efectos que no pueden realizar. El país da, pues, sus últimas agonías, porque el contrabando, debido a la codicia de unos pocos y a la ignorancia y a las preocupaciones de otros muchos, que han sostenido los altos derechos de los aranceles y las odiosas leyes prohibitivas, lo ha debilitado, herido de muerte. 9
Veracruz era, pues, “una ciudad abatida y pobre”, con síntomas de fatalidad; por tanto, para devolverle su dinamismo y salud habría que dejar de “lado las cuestiones de partido” y, para salvar al país, resultaba preciso tomar medidas urgentes como bajar “los derechos de arancel”, derogar las “leyes prohibitivas” y procurar la conclusión de la obra del camino de hierro de Veracruz a México, para ahorrar tiempo y costo del traslado de las mercaderías.10
Esta desazón cobró como víctima al propio periódico, ya que en el temprano segundo número de Cartera Veracruzana se daba con discreción esta noticia: “Por causas extrañas a la voluntad de los redactores se ha retardado hasta hoy [sin señalar aquí la fecha] la salida del presente número de la Cartera. Esperamos que no volverá a suceder en lo sucesivo” [sic]. Al parecer, con su segunda entrega este impreso acabó su breve existencia. Muy costosa había resultado la incursión de los escritores Díaz Mirón y Esteva en la palestra política, al emitir comentario tan inapropiado sobre el estado que guardaba la ciudad porteña, ante la epidemia del cólera y la recesión económica.11
Quizá por estas causas de carácter más bien ideológico, en la página inicial de la segunda época de El Veracruzano, de enero de 1851, Manuel Díaz Mirón y José María Esteva –una vez asimilada la crudeza de la clausura– abandonaron las lides políticas y se presentaron –al hacer circular su tercera empresa publicística–, tan sólo como “unos oscuros aficionados a las bellas letras, y nada más”; y declaraban que sus textos apenas iban a ser “ligeros ensayos en literatura”. Se presentaron, entonces, como enemigos “del espíritu de partido hasta en literatura” y confesaron no pertenecer “a escuela alguna determinada”. Pertenecían, eso sí –según explicaban a la comunidad–, “a su siglo” –con lo que se asumían como escritores románticos–, y que por esto sólo seguían “la luz de la civilización moderna” y proclamaban tener, si acaso, la triple necesidad con que debían contar almas apasionadas como las suyas: “amar, cantar, orar”. Y punto. Argumentaban que, para optar por sus objetivos, apelaban al “amor y la fe” del hombre como lo más noble y grande. E invitaban, como de costumbre, a que los “amantes de la amena literatura” colaboraran con ellos en el proyecto que tenía, como meta principal, conseguir el “adelantamiento de las bellas letras nacionales”.12
Más claro ni el agua: el proyecto inicial de El Veracruzano se acotaba. Lo que en 1844 había significado apertura, vocación civilizadora, búsqueda de identidad nacionalista, combate a la ignorancia del pueblo, búsqueda e indagación en esa idea preceptivista, más la intencionalidad y la propensión de asociarse y ofrecer una postura de grupo frente al Estado, el gobierno y la sociedad, ahora todo cambiaba, inclusive la tarea difusora del romanticismo por medio de las obras propias y las extrañas. Lo que en 1844 había sido invitación, en El Veracruzano de 1851 se convirtió en acto de auténtica verticalidad y ausencia de diálogo. Díaz Mirón se invistió como redactor principal de su periódico, diríase casi como redactor único, y Esteva se volvió redactor y colaborador accidental; lo que había sido anhelo por obtener un espacio público se tornó, con velocidad relampagueante, en laboratorio personal y en órgano prácticamente exclusivo de propaganda para su creación literaria. Por estas razones, la segunda época de El Veracruzano bien pudo haber pasado por ser obra miscelánea de un solo autor con invitados especiales.
Si se hace excepción de un poema remitido, dedicado por Tomás Ruiseco “A los redactores del Veracruzano”; si se descuenta el poema “Idilio” y la prosa “Una flor en el sepulcro”, ambas colaboraciones de José María Roa Bárcena, así como los poemas “Adiós”, el fragmento de “La mujer blanca”, “La mujer sin amor” y “Ñor Gorgoño (romance de costumbres)”, del propio Esteva; y a estas colaboraciones se le añadieran algunas traducciones, el artículo firmado por V. titulado “Los bailes de Cruz” y los artículos signados por los redactores, el gran resto de los materiales –en verso, prosa, prosa poética, teatro, traducciones, ensayo literario e histórico– corrieron a cargo de la variadísima pluma germinal de Manuel Díaz Mirón.13
Varias causas, “muy poderosas” –aunque en apariencia ninguna de carácter político, o mejor dicho: tapadas con el discreto velo que le permitía la opresión reinante–, obligaron al redactor principal a decretar la suspensión del periódico, que en principio se pretendió nada más como de tipo temporal. Parece que la causa de mayor peso fue una “enfermedad grave” de Díaz Mirón y, otra, quizá de menor cuantía y consecuencia, fue la de que algunos de sus colaboradores –según se expresó en la disculpa pública– fueron llamados “a ocupaciones más serias”.14
¿Sería que su desaparición obedeció, antes que a un recurso de la censura, por motivos intrínsecos? Vendrían años de silencio, de vacío e inactividad frente a la opinión pública del puerto y del Estado de Veracruz, provocados por la inercia y repercusión de las guerras civiles (la revolución de Ayutla y la Guerra de Reforma), las invasiones de las potencias europeas al territorio nacional, la Intervención francesa, el segundo Imperio y el movimiento conocido como de la restauración de la República.
Para entonces, hacia el 15 de julio de 1867, habría surgido en el puerto una nueva generación de escritores, producto de la semilla local, cuya aparición se complementó y consolidó con la inmigración, tanto al puerto como a Boca del Río y Medellín, de otros artistas, quienes, provenientes de distintos puntos del interior de la República, de la propia capital del país o inclusive del extranjero –como fue el caso de Rafael de Zayas Enríquez, quien retornaba de Alemania–, se agruparon en Veracruz y decidieron desde allí consolidar el proyecto liberal conciliador que México requería en esos momentos, tras largo medio siglo de anomias estructurales, económicas y políticas, donde las pugnas internas entre los grupos de poder centralistas o regionales, los choques del Estado con la Iglesia y las luchas entre células de correligionarios debilitaban la de por sí compleja institución del Estado mexicano, que había tenido que superar los embates de las invasiones armadas de España, Inglaterra y Francia, junto con los ajustes de cuentas que se dieron entre los grupos de poder locales, las oligarquías regionales e incluso entre la clase política nacional.
El proyecto de La Guirnalda. Periódico de Literatura y Variedades –que surtió efecto a partir de agosto de 1868– resultó ser de un carácter híbrido, al haberse integrado por las experiencias lejanas de Manuel Díaz Mirón y José María Esteva, en tanto que escritores ya hechos y maduros, y las necesidades del momento político, siempre como eco y posible trascendencia de sus implicaciones circunscritas al Estado de Veracruz y su desarrollo cultural y político. Al resultar airosa la causa de Juárez y el liberalismo ideológico, en el breve remanso que producía la recuperación de la soberanía y el final del segundo Imperio, los jóvenes escritores que vivían en Veracruz –y que pasarían a formar parte de la generación de escritores liberales– repararon en que era ya hora de construir una literatura que contribuyera a la causa literaria nacional, hasta ese entonces sólo parcialmente sedimentada, además de estar todavía carente o escasa de porvenir y resultados positivos.
Dicho proyecto publicista de La Guirnalda fue propuesto a la comunidad porteña por Santiago Sierra, Antonio F. Portilla y José G[utiérrez]. Zamora, quienes serían sus redactores fundadores; después se acoplaría al proyecto su colega Rafael de Zayas Enríquez, al volver al país, tras la experiencia de haberse marchado a Europa, donde estuvo bajo la tutoría de Jorge Ritter y en donde estudió el idioma alemán y las literaturas germánicas.15 Zayas Enríquez comentaría a su amigo Olavarría y Ferrari, en carta fechada en Nueva York, el 10 de agosto de 1900: “Entré a la juventud, volví a mi país, procedente de Europa y de los Estados Unidos, contando veinte años de edad, fuerte en lingüística, pues tenía conocimientos bastante amplios en latín y griego, hablaba corrientemente alemán, francés, inglés e italiano, a más del español; era fuerte en historia y en literatura y un apasionado amateur en música, pues tocaba el piano de un modo aceptable y poseía buena voz de barítono”.16
Santiago Sierra era campechano de origen pero se hallaba avecindado desde niño en el puerto veracruzano, al que llegó cuando sólo contaba once años de edad. Tenía, pues, 18 años de edad, cuando fundó con sus socios La Guirnalda.17Portilla, Gutiérrez Zamora y Zayas Enríquez, rondaban los veinte años de edad. No he localizado en el Archivo Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, del puerto de Veracruz, las partidas de bautizo de Antonio F. Portilla y José G. Zamora.
Acerca de este último, transcribo el suelto “Un nuevo poeta mexicano”, ya que ofrece información sobre su edad: “El ciudadano José G. Zamora, sobrino del difunto patriota que fue gobernador de Veracruz [Manuel Gutiérrez Zamora], ha escrito una refutación al libelo infamatorio de un Drama del alma. El autor no tiene todavía veinte años, y así, su obra no puede presentarse como de primer orden; pero campea en ella el más ardiente patriotismo, y algunas estrofas son de una energía y de una robustez muy notables”.18
El semanario La Guirnalda fue impreso en los talleres del periódico El Progreso, fundado por el liberal cubano Rafael de Zayas, exiliado en México y –como ya se anotó– padre de Zayas Enríquez, quien se incorporó a la redacción de La Guirnalda a partir del número 17, de fecha 22 de noviembre de 1868. Llegaba junto con la intención general del equipo de “introducir otras mejoras” en el periódico.19
Los jóvenes redactores del periódico tomaron, en definitiva, la estafeta de sus antecesores –Manuel Díaz Mirón y José María Esteva– y aprovecharon la presencia en la ciudad de Veracruz de la poeta Soledad Manero de Ferrer. De suerte que, al tomar por asalto el escenario público y lanzar su periódico, los jóvenes escritores presumían y proclamaban a los cuatro vientos que se habían inspirado tanto en “los triunfos de los Díaz Mirón y Estevas” como quien en el puerto veracruzano florecía en torno a un medio cultural pobre y raquítico –la futura autora de Mis lágrimas–, que era “como un eco errante de las olas marinas”, y a quien daban las gracias públicamente por su voz poética –“suave y dulce por excelencia”– y por haber sido la autora de otras magníficas canciones, algunas de las cuales se reprodujeron tanto en La Guirnalda como en Violetas.20
Este impulso, curiosa simbiosis del pasado reciente y del momento actual de efervescencia política, provino de la combinación de dos generaciones distintas de escritores mexicanos. Por una parte, de las obras de Díaz Mirón y Esteva, quienes, como se ha señalado, habían mantenido vigente la creación artística ante la comunidad del puerto, y asimismo de la singular presencia de Soledad Manero de Ferrer, quien con la complicidad y complacencia de estos escritores jóvenes –pero con la reprobación de su marido– practicaba con bastante decoro la literatura lírica. La escritora era, en opinión de Santiago Sierra, “divinamente sublime en sus poesías” –especie de Carolina Coronado “mexicana”–, a quien por desgracia los enfermizos celos del esposo le impedían acudir al escenario público y colaborar por propia voluntad en la prensa literaria. Por esta razón, Santiago escribió a su hermano Justo Sierra –el 23 de enero de 1869– que le mandaba algunos de sus poemas pero que no los fuera a publicar, por lo pronto, en las páginas del periódico El Renacimiento. Le explicaba:“Te adjunto una muestra que te encantará; pero no la publiquen hasta mi aviso, porque el archibestia de su marido, Chucho Ferrer, es un… sátrapa turbulento”.21
Así que con los ejemplos al canto de Díaz Mirón, Esteva y Soledad Manero, los poetas Santiago Sierra, Antonio F. Portilla y José G. Zamora fundaron La Guirnalda como empresa cultural “osada y loca”. Se adueñaron del público y de “la palestra literaria”; aspiraron, en su arranque, a la “indulgencia” de sus lectores –de preferencia el sector femenino del puerto, al que había que educar entreteniendo. Decían con discreta y metafórica elegancia que los guiaba “solamente el deseo de cultivar las flores de este camino de la Gloria” –esto es, sus hipotéticas lectoras–, y configuraron un programa de trabajo editorial que incluía, en primer término, la publicación de sus creaciones “originales, en prosa y verso”, las cuales iban a estar acompañadas de “trozos selectos de los mejores autores nacionales y españoles” y, como necesario complemento, por las de los escritores europeos, cuyos textos se comprometían a traducir para darlos a conocer en su semanario.22
Los redactores contaron, desde el principio, con el espaldarazo de Manuel Díaz Mirón (recuérdese que, por ese entonces, José María Esteva se hallaba exiliado en La Habana, por haber simpatizado con el régimen imperial de Maximiliano y haber servido a su gobierno como funcionario público.) Se anunciaba en el primer número de La Guirnalda, con el encabezado “El señor don Manuel Díaz Mirón”:
Tenemos el gusto de participar a los amantes de la bella literatura que este distinguido poeta veracruzano ha tenido la complacencia de aceptar un lugar en la colaboración de La Guirnalda, que se considera muy honrada con la bondad del señor Díaz Mirón.Hacía mucho tiempo que el autor de Don Fernando había roto la péñola poética pero hoy vuelve a acordarse de que la Providencia le dotó con esa fibra sentimental que vibra en aquellas bellísimas composiciones del Veracruzano, y que tanto lustre dan a la poesía nacional. 23
Poco se conoce cómo fue que este puñado de jóvenes logró asociarse para integrar la redacción del periódico La Guirnalda, seleccionar el elenco de colaboradores y formar, en suma, el equipo técnico que lo hizo posible.Unía a la mayoría su filiación liberal, su compromiso histórico con Juárez y con el programa de la República que éste dirigía, aun durante los meses en que este impreso circuló. Cabría tomar en cuenta que, en aquel tiempo, los intelectuales del país seguían apoyando el proyecto ideológico liberal, aunque la cerrazón polarizada del prócer oaxaqueño, y sobre todo sus ansias de perpetuarse en el poder, comenzaba a diversificar en grupos antagónicos lo que había sido, en las etapas de invasión, intervención y gobierno imperial, una verdadera unidad republicana.
La lucha por la sucesión presidencial de 1867 provocaría esta división que las fuerzas extranjeras no habían logrado romper, y la siguiente reelección de Juárez, en 1871, fracturó en definitiva la unidad en torno al presidente en lances de dictador. El grupo liberal se partió en las facciones porfirista, lerdista y la del resabio y retaguardia juarista. La clase intelectual (cuyos integrantes, entre otros, eran Ignacio Ramírez, Manuel Peredo, Guillermo Prieto, Alfredo Chavero y José Tomás de Cuéllar) se aglutinaría, en 1867, en la redacción del periódico El Correo de México, subvencionado por el general Porfirio Díaz y dirigido por Ignacio Manuel Altamirano, y en la campaña político electoral por la sucesión presidencial de 1871 jugarían papeles similares los periódicos El Mensajero, El Elector y El Siglo Diez y Nueve.24
No nos debe sorprender, en los casos de los periódicos La Guirnalda y Violetas, que el elemento aglutinador y de formación del grupo literario surgiera, asimismo, de una causa distinta a la de las letras. Los reunía –y si no a todos, desde luego a una gran mayoría–, la querencia ritual y la práctica efectiva del espiritismo, tan de moda en México y el resto del continente y, por supuesto, junto a estas inclinaciones esotéricas, aunque con igual o mayor empuje, también los identificó su activa participación dentro de las logias masónicas y su disgusto por la actitud empecinada de don Benito Juárez.25
A este tipo de manifestación salvífica o de trabajo ideológico en el seno de las sociedades secretas como la masonería, cuando no a las ordenanzas de gobiernos y jueces –o de los principios y reglas del partido político liberal–, obedecía que muchos integrantes de la inteligencia mexicana radicaran en el puerto, o se diseminaran en el resto de la República, sobre todo durante esos años de intensa actividad político electoral. En el Estado de Veracruz, y desde el seno mismo de las instituciones públicas, los escritores y artistas noveles cumplirían funciones o comisiones en tenidas masónicas, en oficinas de gobierno o dentro del círculo del poder político, en cuyo control y preeminencia se ponía en juego el presente y el porvenir de muchos de estos actores.
En este sentido, y en esos mismos días, Santiago Sierra escribiría desde el puerto a su hermano Justo:
Aquí me proponen los diputados del Congreso un negocio que por descabellado no quiero aceptar. Quieren que yo haga un ocurso solicitando que me mayoricen, y hecho esto, que será inmediatamente y sin discusión, sacarme diputado al Soberano Congreso de la Unión por el cantón de Acayucan, en que según me dicen gozo de cierta aura popular. En vano les he hecho presentes mi incapacidad, mi edad, nada les convence. Se comprometen a conseguirme mayoría en el Congreso para que no me rechacen cuando yo presente mis credenciales. ¿Qué te parece?26
Quizá por el grueso de sus trabajos, en los diversos foros, la generación literaria que publicó La Guirnalda y Violetas –como ninguna otra anterior–, se distinguiría por contar con vínculos con los grupos de escritores, artistas, intelectuales y políticos de la capital de la República o con los que radicaban en el interior del país y se dedicaban, como ellos, a funciones culturales que combinaban con el proselitismo clandestino. Así, debe considerarse a estos periódicos como pretextos y vehículos de enlace con el núcleo cultural de México o bien con la inteligencia de ciudades como Puebla, San Luis Potosí, Zacatecas, Guadalajara, Mérida, Campeche o San Juan Bautista, con cuyos integrantes abrirían relaciones e intercambios, hayan sido de carácter personal o ideológico, pero nunca con ingenuidad o de manera circunstancial. Resulta sugestiva la presencia por esas fechas de algunos artistas en San Luis Potosí, como José Tomás de Cuéllar y el dibujante y caricaturista político José María Villasana, quienes habían viajado a San Luis procedentes de la capital de la República para fundar allí –en compañía de un intelectual local famoso, José María Flores Verdad–, el papel titulado La Ilustración Potosina, que fue un impreso muy semejante a los periódicos veracruzanos.27
Otro aspecto importante es que el grupo de escritores radicados en Veracruz propuso, en la etapa tempana de la crisis liberal, proyectos encaminados hacia la fundación definida de la literatura nacional, una vez recuperado el Estado de Derecho. Por lo pronto, entre la apariciones y existencia de La Guirnalda y Violetas se publicaría en la Ciudad de México el periódico El Renacimiento, órgano impreso heterodoxo que estuvo dirigido por el maestro Ignacio Manuel Altamirano y que cumpliría, además de simbólica amnistía entre bandos antagónicos, actividades concatenadas a las que en Veracruz habían empezado a cumplir los impresos porteños que se acaban de citar.
Resulta sintomático que, en magnífica paradoja, mientras la crisis política contra la posición juarista se agudizaba en todo el territorio de la República, la clase intelectual de todas las tendencias y orientaciones se engarzaba alrededor de El Renacimiento que, en palabras del propio Altamirano, tuvo como principal tarea “apagar completamente los rencores” que aún en ese tiempo dividía “a los hijos de la madre común”. Y aunque este ideal de unidad nacional y nacionalista en el entorno cultural sería transitorio, habría de corroborar la intención previa que hizo posible la convocatoria de las Veladas Literarias, programadas y celebradas en la Ciudad de México a finales de 1867 y durante el año siguiente, que tuvieron la pretensión de ser, también sin distingos ni banderías, “una fiesta de familia”, donde los poetas de todos los credos volvieron a estrecharse “como hermanos”, y en donde juntos otra vez ensayaron “sus cantos favoritos”. En esas Veladas reinó la intención de desceñirse “la espada del combate para entonar el himno de la patria” y brotó el espíritu y deseo por compartir recuerdos, “impresiones y fantasías, los ayes del infortunio y los himnos de la victoria”.28
Pese a todos estos esfuerzos, el programa cultural en pro de la unidad no conseguiría encauzar a la restauración republicana ni frenar los embates de una nueva e inminente guerra civil. Así que, con la ayuda y mediante la asociación con sus maestros, llevando por delante su programa político y cumpliendo a cabalidad sus papeles propagandísticos, los integrantes de la Redacción –inclusive sin declararlo en forma enfática– se adhirieron a la causa liberal de Porfirio Díaz y se desligaron de sus adversarios juaristas y lerdistas, sin que mediara –en su actitud abierta y de cara al público– explicación alguna.
Una nota aparecida el 23 de agosto de 1868 nos brinda información evidente: “Con verdadera satisfacción hacemos saber a los lectores de La Guirnalda que tenemos como colaboradores a los señores don Guillermo Prieto, don Ignacio Manuel Altamirano, don Manuel Peredo, don Alfredo Chavero, don Juan A. Mateos, don Martín F. de Jáuregui, don Justo Sierra y otros poetas y distinguidos escritores de la capital” y, allí mismo, daban la noticia de que algunos de los escritores de Mérida (como José Antonio Cisneros, Pedro I. Pérez y Olegario Molina) también les iban a mandar sus colaboraciones al puerto veracruzano. Llegaban, pues, hasta el escenario intelectual más importante de Veracruz, los enemigos manifiestos de don Benito Juárez o de quienes habían preferido afiliarse al partido de Sebastián Lerdo de Tejada, y se asociaban con quienes se habían declarado fervientes correligionarios del partido constitucionalista, ya encabezado entonces por el general Porfirio Díaz. Luego de estos impresionantes anuncios, que resultaron más espectaculares que reales, y sin mediar explicación alguna, el escritor José Gutiérrez Zamora desapareció del cuerpo de redactores del periódico.29
Causas aún desconocidas, pero fáciles de descubrir debido a la crisis política que imperaba en el país, los obligaron –hacia el final del año 1868– a suspender la publicación de La Guirnalda. Sus redactores no hicieron público motivo alguno, sólo se limitaron a informar a sus lectores y lectoras: “Circunstancias imprevistas nos impiden continuarla […] Haremos lo posible por que vuelva a ver la luz nuestro semanario en marzo de 1869, con mejores condiciones, y procurando amenizar más sus columnas”. 30Por su parte, y a título individual, Santiago Sierra se despidió de sus “lectoras”, a quienes dijo: “La Guirnalda muere; pero perded cuidado que será para resucitar en la primavera más lozana y fragante”.31
El impulso opresor provino de la tensión que había causado la presencia en el territorio del Estado de Veracruz del partido constitucionalista que encabezaba el general Porfirio Díaz. La mordaza hizo abortar, ahora, el programa editorial del grupo intelectual veracruzano.
En consecuencia, el 13 de marzo de 1869, el gobernador Francisco Hernández y Hernández informaba a la Legislatura:
La guerra pasada, como todas las de su clase, produjo ciertos entes miserables y ambiciosos, que acostumbrados a medrar en las revueltas y avezados en el vandalismo, olvidando la diferencia de las épocas, espiaron la ocasión propicia para enarbolar otra vez una bandera que ya no tiene prosélitos y que deshonra al que desgraciadamente busca su sombra. Algunos de ésos, creyendo que el Gobierno del Estado era obra de sus depravados caprichos, tuvieron por viles instrumentos a individuos a quienes la fama pública tiene marcados por sus escandalosos antecedentes, y en julio del año anterior el Estado se sonrojó al escuchar un grito destemplado que en Huatusco lanzaron unos cuantos vagos de profesión. El Gobierno se ocupaba en la visita de La Huasteca, y afortunadamente pocos días habían transcurrido cuando desembarcó en esta plaza [Veracruz], y desde luego dictó las providencias necesarias para destruir una rebelión que, aunque sin elementos y sin amigos, podía, si se le abandonaba, tomar incremento y causar mayores males. 32
En resumidas cuentas, el régimen local del juarista Hernández y Hernández los había sacado del juego cultural y político. Entre el 2 de agosto y el 27 de diciembre de 1868 aparecieron 22 entregas de La Guirnalda. Sus principales colaboradores fueron, además del maestro Díaz Mirón, los redactores Santiago Sierra, Antonio F. Portilla, José G. Zamora y Rafael de Zayas Enríquez. Zamora, Portilla y Zayas publicaron poemas; Santiago se llevaría las palmas, pues con su nombre o su pseudónimo Silviano fatigaría las prensas con notas, poemas, artículos, la “Revista literaria”, reseñas y su novela La caza del tigre, que, por esta circunstancia política, quedó inconclusa.33 Aparecieron colaboraciones externas, también en número significativo, de la poetisa xalapeña María del Carmen Cortés y Santa Anna, de los escritores yucatecos Pedro Ildefonso Pérez y Francisco Sosa, y del campechano Justo Sierra.
Después del fallido intento por rehabilitar La Guirnalda, en la primavera de1869, tal como habían sido los planes expuestos en el número de cierre, y más tarde, cuando esto fue imposible, prefirieron posponer para el mes de abril su reapertura. Esto comunicó Santiago Sierra a su hermano Justo: “Decididamente La Guirnalda resucitará en abril, doble tamaño del anterior; redactores: don Manuel Díaz Mirón, Rafael Estrada, Portilla, Zayas, yo y quizá Soledad Manero”.34
Lo cierto es que la «resurrección» del impreso incluyó cambio de formato, recomposición del cuerpo redactor, modificación de su diseño gráfico, nuevos y afinados propósitos editoriales y hasta cambio de título; en adelante el impreso del grupo se denominaría Violetas. Periódico Literario. 35La redacción quedó integrada, al fin, por Manuel Díaz Mirón, Antonio F. Portilla, Santiago Sierra y Rafael de Zayas Enríquez; la novedad era que el maestro Díaz Mirón pasaba, en calidad de par, al frente de las responsabilidades del nuevo periódico; y cabría aclarar que, en esta etapa, el poeta Gutiérrez Zamora, de presunta filiación juarista, abandonó al grupo de colegas y no tomó parte en la formación de Violetas, por haberse marchado a la Ciudad de México, donde años más tarde colaboraría en las páginas del periódico El Correo del Comercio y otros como La Convención Nacional Obrera o El Siglo XIX.36
Zayas Enríquez, a los 20 años de edad, había llegado de regreso a su tierra natal.37 Volvía con la experiencia de sus estudios en Alemania y “después de haber hecho en Nueva York una novela cada semana para La Ilustración de Frank Leslie”, y quien en opinión de Justo Sierra había caído en el campo del arte y de las letras mexicanas “como una bomba” y que al arribar al país metafóricamente había estallado “en veinticinco o treinta odas ultrarrománticas escritas con lágrimas y con sangre”; se había adueñado, con la experiencia adquirida en Europa y en la Ciudad de Hierro, del liderazgo del grupo y dictó las pautas a seguir en el programa editorial de Violetas.38
Según el mismo Zayas Enríquez, Violetas quería ahora proporcionar –a sus “bellas lectoras”– “algunos ratos de entretenimiento durante los fastidiosos domingos”, a cambio de que posaran –“benévolas”– sus “ojos de ángeles sobre nuestras imperfectas producciones”. Zayas Enríquez y su equipo pretendía mantener informado al público femenino de los progresos del movimiento literario de México y ofrecer un nuevo camino para las letras veracruzanas, lo que implicaba que los escritores abandonaran “el trillado camino de las cancioncillas románticas”, para conseguir “la sublime fusión de lo bello y de lo útil”. Zayas Enríquez llevaba, además, el agua a su molino: acercaría a sus lectoras “el estudio del alemán”, y traería ejemplos de su lengua, “la más rica y enérgica” de las que entonces se hablaban.39
Por otra parte, Zayas Enríquez y su grupo de escritores constitucionalistas partían de la premisa de que la literatura nacional se hallaba “en la infancia” y que por ello su legítima expresión se encontraba aún “en el porvenir”, al no estar “formada” y por adolecer de “carácter propio”. Prometía, entonces, “dar a luz pequeños estudios sobre literatura alemana, con la esperanza de contribuir con nuestro grano de arena a la construcción de la nuestra” y ofrecía a sus lectores que la publicación tendría como espíritu “dar a luz al lado de nuestras medianas producciones, las obras maestras, así de nuestros compatriotas como de los escritores europeos; sintiéndonos llenos de orgullo al considerar que serán las nuestras el claroscuro sobre que resalten los brillantes toques de luz de sus ingenios”. El equipo de Violetas reiteraba la intención de La Guirnalda, con la novedad de que en las páginas de Violetas se reproducirían los ejemplos de la literatura germánica.40
Violetas se distinguía de La Guirnalda por tener un elenco distinto de colaboradores. Sólo repitieron, además de quienes integraban su cuerpo de redacción, María del Carmen Cortés y Santa Anna, Rafael Estrada, Soledad Manero de Ferrer, Justo Sierra, Manuel M. Flores, Francisco Sosa y Ángel María Vélez, e introdujo nuevas voces, como la del polígrafo Regino Aguirre, la del médico José María Bandera, la del xalapeño Adrián Estrada, la del militar cordobés Manuel Antonio Ferrer, la del lírico y dramaturgo yucateco José Peón y Contreras y, entre otras, la de la poetisa meridana Gertrudis Tenorio Zavala, la porteña Manuela L. Verna y Clotilde Zárate, originaria de Xalapa.
A diferencia de La Guirnalda, el nuevo periódico vendería obras de diversos autores jóvenes y consagrados, en la modalidad por pliegos encuadernables, tal como lo había hecho dos décadas atrás el impresor de Cartera Veracruzana. En un aviso, los redactores de Violetas declararon: “Por enfermedad de nuestro compañero de redacción el señor don Rafael de Zayas Enríquez, nos hemos visto obligados a suspender desde el número anterior, la publicación de las cuatro páginas del Ensayo sobre la literatura alemana. Rogamos a nuestros suscriptores disimulen esta falta involuntaria, la que subsanaremos mientras tanto con igual cantidad más de la novela La caza del tigre”.41
A propósito de lo anterior, Santiago Sierra comentó a su hermano Justo, el 24 de enero de 1869: “Zayas está a punto de concluir una obra sobre literatura alemana con bastantes traducciones de los buenos escritores, como Klopstock, Schiller, Richler, Muller, Ulle, Uhland, Goethe, Heine, etc.; éste será un trabajo muy útil para todos nosotros que tan poco sabemos de esa riquísima lengua; Zayas no será tan buen traductor como Segura; pero me figuro que conoce más el alemán, y su estilo, aunque poco castizo por cierto es más fluido que el del traductor de Krümmacher, a mi juicio paupérrimo, se entiende”.42
Al igual que La Guirnalda, el periódico que redactaban Zayas Enríquez y compañía tuvo en la capital de la República, dentro de la clase liberal porfirista, una recepción excelente. El maestro Altamirano le dio la bienvenida en una de sus “Crónicas de la semana”, que apareció en El Renacimiento el 24 de julio de 1869:
Con el mayor placer anunciamos la aparición de un nuevo periódico literario que ve la luz pública en Veracruz, y del cual son redactores amigos muy queridos nuestros. Llámase el periódico Violetas, nombre de bautismo que se nos debe algo a nosotros, y son los redactores los conocidos poetas y literatos don Manuel Díaz Mirón, don Antonio F. Portilla, el simpático y joven poeta Santiago Sierra, hermano menor de Justo, que posee un gran talento como éste, y nuestro Rafael Zayas, aquel chico un poco alemán y gran bohemio que comenzó improvisando octavas octosílabas, seguidillas costeñas y leyendas descabelladas y hoy está escribiendo dulcísimos versos, lindos artículos, y un estudio sobre la literatura alemana que nos ha dedicado, que aceptamos con orgullo y que reproduciremos en las páginas del segundo tomo de El Renacimiento, como una obra digna de leerse.
Y agregaba Altamirano:
Estos jóvenes, pues, son las vestales de la literatura en el Estado de Veracruz, y después de un silencio de algunos meses, habiéndose visto obligados a suprimir La Guirnalda, volvieron a aparecer con las Violetas, publicación más elegante, más europea, más llena de interés. La forma es preciosa. Cada domingo, a las siete de la mañana, las bellas hijas de Veracruz se encuentran en su tocador dieciséis páginas en cuarto mayor formando un cuaderno muy bonito y encerrando deliciosas trovas, interesantes leyendas y agradables estudios.43
Toda la actividad que Santiago Sierra había desarrollado en La Guirnalda, en la etapa de Violetas correspondió, con igual intensidad, a Rafael de Zayas Enríquez. Con el pseudónimo Leporello publicó el soneto “A la luna”, artículos en forma de epístolas, así como crónicas literarias y teatrales, en las que tomaba como interlocutor al propio Sierra.44 Esto mismo haría Zayas Enríquez, en 1876, al publicar por entregas en las páginas de El Pueblo su novela Remordimiento. Memorias de Agustín S.45 Escribió y publicó con su nombre “Introducción”; los artículos titulados “Johannisberg” y “A mi amigo Antonio F. Portilla”; el relato “La cuna y el féretro”; la novela Consuelo; y varios poemas originales, además de las traducciones directas del alemán de “El bardo” y “La cabalgata del león”.46
Y otra vez, con la mascarada represiva por parte del Estado, se dictaminaría el cierre de la publicación. Los redactores recibieron la orden de suspender actividades; hacia diciembre de 1869, o en enero siguiente. Luego de 17 entregas de Violetas, se impuso la clausura. La causa real –como siempre– no se haría pública. Los lectores atendieron la noticia:
Nuestras Violetas mueren. ¿Renacerán en otra primavera? ¿Brotarán aún, nuevas y lozanas, de nuestro corazón, al soplo de nuevas esperanzas? Sólo Dios puede saberlo. […] Entre tanto, lindas lectoras, ¡adiós! Dad un lugar en vuestra memoria a nuestras pobres Violetas muertas. ¡Quién sabe si de ese modo lograréis reanimarlas! 47
Muchos miembros de la comunidad artística y política del puerto de Veracruz y alrededores tuvieron que emigrar, unos hacia el ámbito de la clandestinidad o el silencio, otros hacia la Ciudad de México, cuando no al extranjero. El joven Rafael de Zayas Enríquez, a los 21 años, fue obligado a marchar a la capital de la República, hasta donde fue conducido por José Valente Baz y Joaquín Alcalde, sus “íntimos amigos”; hizo el viaje con su “excelente amigo Baranda”. Esta información corrobora, de manera indudable, que Zayas Enríquez se había afiliado ya al partido del general Porfirio Díaz y que, por tanto, se había comprometido con su revolución cultural. La continuaría en México, donde según propio testimonio se dio “de alta como literato”, donde mereció “el cariño de [Ignacio] Ramírez, por más que parezca inverosímil”; donde recibiría “mayor cariño por parte de Guillermo Prieto” y en cuya tertulia literaria Altamirano lo llamó “públicamente su discípulo predilecto y su gloria”. Allí mismo Justo Sierra y su círculo literario le “dieron el sobrenombre de «El Benjamín de la Bohemia»”. 48
Estas amistades –y su reiterada admiración por el general Díaz– provocaron su enemistad con Juárez y su familia, a quienes había tratado “en gran intimidad” en su primera etapa neoyorkina. Tras el cierre de Violetas, y al retornar a Veracruz, en 1871, Zayas Enríquez trabajó “con frenesí” por la elección de don Porfirio, “su candidato”. El propio Zayas Enríquez sería entonces candidato a diputado al Congreso de la Unión por el distrito de Los Tuxtlas y Cosamaloapan; pero en la refriega de la campaña de Porfirio Díaz por la sucesión presidencial, tuvo que renunciar a su candidatura para apoyar la unanimidad a favor del militar oaxaqueño. “Yo perdí –explicó en la carta del 10 de agosto de 1900, dirigida a Olavarría y Ferrari–, pero don Porfirio ganó, y eso era lo principal”. Luego sostuvo, también en tierras veracruzanas, y a través de su periódico El Ferrocarril, la carrera política del general Díaz y, más tarde, al desatarse la revolución tras el fracaso del Plan de la Noria, Zayas Enríquez partiría al Perú, desterrado por estas mismas contingencias políticas. Años más tarde vendría el «bombazo» de la poligrafía literaria: sus dramas, sus novelas, su poesía amorosa y épica y su extensa producción de literatura de compromiso.
Como puede advertirse, hubo inevitable contaminación ideológica en el proyecto literario y cultural de los jóvenes escritores de Veracruz. El Estado y los gobernadores presionaban a los rebeldes que atacaban el régimen de Juárez con las armas del talento y de la inteligencia. Abortados los proyectos de La Guirnalda y Violetas, en el resto del siglo XIX habría pocos ejemplos de impresos de riguroso y privilegiado carácter literario.
- Rafael de Zayas Enríquez: “Introducción”, en Violetas. Periódico Literario, t. I, Veracruz, Imprenta del Progreso, Calle de María Andrea, número 631, 1869, p. 3.
- El Veracruzano, t. I, Veracruz, Imprenta de José María Blanco(1844), [pp. I-III].
- Sólo he podido localizar algunos números de la «hoja suelta» y los dos iniciales del periódico. El número más antiguo que conozco del volante es el número quinto y lleva la fecha “Veracruz, setiembre 10 de 1849”, lo que permite establecer que la fundación de esta etapa ocurriría el 1º de agosto anterior; concluyó el 20 de septiembre de 1850, para dar paso, en la decena siguiente, al periódico. Su primera entrega apareció con fecha “Veracruz, octubre 1º de 1850”, t. I, núm. 1, 16 pp.
- “[Aviso]”, en Cartera Veracruzana. Hoja suelta, Veracruz (noviembre 20 de 1849), núm. 12, p. 36.
- Ibid., p. 8.
- “Cólera morbus”, en Cartera Veracruzana. Periódico Político y Literario (octubre 1º de 1850), núm. 1, p. 16.
- “Cartera Veracruzana”, en ibid., p. 16.
- José María Esteva: Poesías, Veracruz, Imprenta de José María Blanco, 1849, pp. III y V.
- “Momentos de crisis”, en Cartera Veracruzana. Periódico Político y Literario (octubre 1º de 1850), núm. 1, pp. 3-5.
- Ibidem
- “[Aviso]”, en ibid. (octubre 10 de 1850), núm. 2, p. 16.
- “[Prospecto por Los Redactores]”, en El Veracruzano. Colección de artículos originales y traducciones, en prosa y verso, Veracruz, Imprenta de José María Blanco, 1851, p. 2.
- Aparecieron de esta época de El Veracruzano 16 números quincenales, desde el 1º de enero al 16 de agosto de 1851; la versión encuadernada contiene 258 pp. + 1 de índice.
- “A los suscriptores”, en El Veracruzano, Veracruz, año I (agosto 16 de 1851), núm. 16, p. 258.
- Francisco J. Ituarte: “El licenciado Rafael de Zayas Enríquez”, en Rafael de Zayas Enríquez: Apuntes confidenciales al presidente Porfirio Díaz, prólogo de Leonardo Pasquel, México, Editorial Citlaltépetl, 1967, pp. XVII-XVIII.
- Carta de Rafael de Zayas Enríquez a Enrique de Olavarría y Ferrari, fechada en Nueva York, el 10 de agosto de 1900. Véase Colecciones Mexicanas, UNAM, C9, E9, D1, registro 1,052. f. 147.
- A propósito de Santiago Sierra, escribió en “Apuntes familiares” su padre, don Justo Sierra O’Reilly: “Nació mi hijo Santiago en la noche del 3 de febrero de 1850 en esta ciudad de Campeche. Fue bautizado el día 10 del propio mes en la Iglesia parroquial por el cura de Tehax, doctor don Silvestre A. Dondé; el padrino fue su abuelo materno don Santiago Méndez”. Véase“Apuntes familiares de don Justo Sierra [O’Reilly]”, en Justo Sierra [hijo]: Epistolario y papeles privados. Obras completas, t. XIV, México, UNAM, 3ª edición, 1984, p. 12.
- “Contestación a don José Zorrilla, por José G. Zamora”, en La Gaceta de Policía. Periódico destinado exclusivamente a promover las mejoras de los ramos judiciales, administrativos y de policía en el Distrito Federal, México, año II (jueves 17 de junio de 1869), núm. 42, p. 4.
- “Importante”, en La Guirnalda (22 de noviembre de 1868), núm. 17, p. 1.
- “Prospecto”, en La Guirnalda. Periódico de Literatura y Variedades, Veracruz, t. I, Imprenta de El Progreso (2 de agosto de 1868), núm. 1, p. 1.
- Justo Sierra: Epistolario y papeles privados, p. 586. Mis lágrimas (Orizaba, Imprenta de Juan C. Aguilar, 1882) es el único libro que he localizado de Soledad Manero de Ferrer, aunque sus poemas fueron publicados en los periódicos La Opinión de Xalapa (1864-1865), La Guirnalda y Violetas, y luego algunos fueron reproducidos, como aquí se señala, en el periódico El Renacimiento (1869).
- “Prospecto”, p. 1.
- “El señor don Manuel Díaz Mirón”, en La Guirnalda (2 de agosto de 1868), núm. 1, p. 3. Díaz Mirón publicó en este periódico los poemas “En un álbum” (Me pides que te cuente…) [t. I (9 de agosto de 1868), núm. 2, p. 1]; “Cantos en la tarde. Meditaciones” (t. I [16 de agosto de 1868], núm. 3, pp. 2-3) y “A Sirio” (t. I [23 de agosto de 1868], núm. 4, p. 2). El canto primero de Don Fernando apareció en El Veracruzano (16 de abril de 1851), núm. 4, pp. 53-61; el poema completo fue dado a la estampa por la Imprenta del Progreso (Veracruz, 1855, 146 pp.)
- David R. Maciel: “Prólogo” a Ignacio Ramírez: Escritos periodísticos, t. 1, Obras completas, t. I, coordinadas por Boris Rosen Jélomer, México, Centro de Investigación Científica Jorge L. Tamayo, A. C., 1984, pp. XCI, XCIII, XCIX y C.
- José Mariano Leyva trata la actividad espiritista de Santiago Sierra y de muchos de sus colegas contemporáneos, así como de sus nexos prácticos y afectivos con Allan Kardec, padre del espiritismo hispanoamericano. VéaseJosé Mariano Leyva: El ocaso de los espíritus. El espiritismo en México en el siglo XIX, México, Cal y Arena, 2005, pp. 100-131 y passim.
- Justo Sierra: Epistolario y papeles privados, p. 583.
- El impreso circuló los años 1869-1870. Ver la edición facsimilar de La Ilustración, editada por Ana Elena Díaz Alejo, con estudio preliminar de Belem Clark de Lara, México, UNAM, 1989.
- Véase tanto la “Introducción” de Ignacio Manuel Altamirano al periódico El Renacimiento como la “Introducción” sin firmar de Veladas literarias. Colección de poesías leídas por sus autores en una reunión de poetas mexicanos, México, Imprenta de Francisco Díaz de León y Santiago White, 1867, [p. 5].
- Véase “¡Albricias!”, en La Guirnalda, núm. 4, p. 1.
- “Anuncio importante”, en La Guirnalda (27 de diciembre de 1868), núm. 22, p. 1.
- Santiago Sierra: “Despedida”, en ibid.
- Memoria presentada al H. Congreso del Estado de Veracruz Llave, por su gobernador constitucional el C. Francisco Hernández Hernández, el día 13 de marzo de 1869, Veracruz, Tipografía del Progreso, 1869, pp. 663-664.
- Se informaba al respecto de esta novela: “si antes no se continúa en el folletín de El Progreso será continuada con más regularidad y esmero desde el número 23”. Cfr., “Anuncio importante”, en La Guirnalda (27 de diciembre de 1868), núm. 22, p. 1.
- Justo Sierra: Epistolario y papeles privados, p. 586.
- Respecto del formato de La Guirnalda, que era tabloide (de 37 centímetros de alto), el de Violetas resultaba bastante más pequeño. La dimensión del papel era de 45 cuadratines de ancho por 68 de altura; sus márgenes y medianiles eran de cinco cuadratines; su caja medía de ancho 35 cuadratines, compuesta por dos columnas de 17 cuadratines –separadas por una pleca–, y tenía 58 cuadratines de altura. Llevaba los folios abiertos y la cornisa al borde del margen superior, separados del contenido por una media caña.
- En El Correo del Comercio publicaría, a partir del 1º de enero de 1873, y firmado por José M. Gutiérrez Zamora, su ingente reportaje “De México a Veracruz. Impresiones de viaje. Diario de un periodista”, en trece entregas. Véase El Correo del Comercio, México, segunda época (viernes 1º de enero de 1873), núm. 580, pp. 1-2.
- Transcribo la fe de bautismo de Rafael de Zayas Enríquez: “[Al margen]: Rafael Agustín. [Incontinente]: En la ciudad de Veracruz, en veintidós de noviembre de mil ochocientos cuarenta y ocho, yo, don Ignacio José Ximénez, cura propio de esta parroquia, título de la Asunción de Nuestra Señora, bauticé solemnemente a Rafael Agustín, nacido el 24 de julio del corriente año, hijo adoptivo de don Rafael Zayas y natural de Blasa Enríquez; padrinos, don Juan Puig y Rubí y doña Soledad Lorca, a quienes advertí el parentesco espiritual y la obligación de enseñar la doctrina cristiana a su ahijado; y lo firmé.– Ignacio José Ximénez.– [Rúbrica]”. Libro número 17 de bautismos (años 1846-1850), f. 93 r. Archivo Parroquial de Veracruz.
- Justo Sierra: “Rafael de Zayas”, en Crítica y artículos literarios, Obras completas, t. III, edición de José Luis Martínez, México, UNAM, 3ª ed., 1984, pp. 188-191.
- Rafael de Zayas Enríquez: “Introducción”, en Violetas, p. 3.
- Ibidem. Zayas Enríquez tradujo y publicó en Violetas “El bardo” de Goethe (p. 200) y “La cabalgata del león” de Frellegath (p. 210).
- “A nuestros suscriptores”, en Violetas, p. 72.
- Justo Sierra: Epistolario y papeles privados, p. 585.
- Ignacio Manuel Altamirano: [“«Crónicas de la semana»], 24 de julio de 1869”, en Crónicas, t. I, Obras completas, t. VII, edición de Carlos Monsiváis, México, SEP, 1987, pp. 358-359.
- Artículos firmados por Leporello: “El concierto del Círculo Español” (pp. 113-116), “Epístola a Santiago Sierra” (pp. 132-133) y “Epístola a los socios activos de «La Tormenta»” (pp. 246-247) y Crónicas (pp. 145-147, 157-159, 165-168, 177-179, 190-192, 200-202, 225-226 y 233-235).
- Sólo he localizado la edición en libro de esta novela. Véase Rafael de Zayas Enríquez: Remordimiento. Memoria de Agustín S. Novela dedicada a Santiago Sierra, Veracruz, Tipografía de Rafael de Zayas, 1887, 123 pp.
- “Rocío de primavera” (p. 8), “Voces dolientes” (p. 14), “A Lola dormida” (pp. 25-26), “Canción del domingo” (p. 35), “La aurora del amor” (p. 49), “Desprecio” (p. 72), “Hetaira” (p. 83), “Reflejos del pasado” (p. 93), “A orillas del Jamapa” (p. 103), “A Rafaela” (pp. 119-120), “Primavera” (pp. 128-129), “Homenaje” (p. 165), “Ana” (pp. 173-174), “Al sol” (pp. 226-227), “Hojas e ilusiones” (pp. 250-251) y “Dios” (pp. 257-258).
- “Violetas”, p. 269.
- Carta a Enrique de Olavarría y Ferrari, Nueva York, 10 de agosto de 1900, en Colecciones Mexicanas, f. 147.