
Hace cien años, en abril de 1922, Jorge Luis Borges (1899-1986) pegó en las paredes de los edificios que resguardaban sus caminatas por Buenos Aires, el segundo número de su “revista mural” —Prisma— en la que podía leerse el siguiente poema:
ATARDECER
Toda la charra multitud de un poniente
alborota la calle
la calle abierta como un ancho sueño
hacia cualquier azar
La límpida arboleda
que serena i bendice mi vagancia
se olvida del paisaje
i acalla el barullero resplandor de sus ramas
La tarde maniatada
solo clama su queja en el ocaso
La mano jironada de un mendigo
esfuerza la congoja de la tarde.
Modificado, el poema se convirtió en la primera estrofa de “Atardeceres”, incluido en Fervor de Buenos Aires (1923), su primer libro de poesía: “La clara muchedumbre de un poniente / ha exaltado la calle, / la calle abierta como un ancho sueño / hacia cualquier azar. / La límpida arboleda / pierde el último pájaro, el oro último. / La mano jironada de un mendigo / agrava la tristeza de la tarde. En retrospectiva, sirve como una metáfora adecuada para describir el inicio del fin de sus días defendiendo al ultraísmo, el regreso a su patria y el descubrimiento de un puerto de desafíos a los que había que hacer frente con “los libros y la noche”… y las revistas.
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