
A mediados de 1974 –unas semanas después de regresar del periodo aventurero que me llevó a Europa y Medio Oriente durante un año, con 500 dólares en el bolsillo–, un compañero de la Facultad, Armando Pereira –hispano-guatemalteco y, por fin, mexicano– me invitó a quedarme en lugar suyo en el puesto de corrector de la revista Plural, dirigida por Octavio Paz. Acepté pues mi soberbia era tan grande como mi vanidad y ambición. Me presenté a las oficinas de la revista en Reforma. Ahí me recibieron Ana María Cano y Sonia Levi Espira, y la primera me dio unas galeras para corregir. Volví al día siguiente. Me encontré con Octavio Paz. Tenía sesenta años, los mismos que llevo yo ahora.